martes, 1 de septiembre de 2009

La crisis del autogobierno valenciano

Decía Truffaut que un pesimista es un optimista con experiencia. Superado el ecuador de la VII legislatura, ya parece evidente que ésta será la más nefasta de la historia de nuestra autonomía. Las elecciones generales y europeas nos han tenido en campaña permanente desde la constitución de las Cortes hace dos años. Mientras, la Comunidad Valenciana ha registrado el peor crecimiento económico de España, con un 0,5% en 2008, y su tasa de paro roza ya el 20%. Desde hace once años es la región más endeudada del país en relación con su PIB.

A la crisis económica se suma la crisis política. El President de la Generalitat ha sido imputado por un posible delito de cohecho. El Presidente de la Diputación de Castellón lleva años envuelto en una serie de procesos que parecen no tener fin. El Presidente de la Diputación de Valencia, crecido ante el micrófono, lanza insultos generalizados en mítines y hasta una proclama franquista en el pleno municipal. El conseller de Gobernación reconoce que concedía contratos públicos a un amigo y no ve dónde está el problema.

El parlamento autonómico es una aburrida asamblea dominada de manera absoluta por el Partido Popular. El supuesto líder de la oposición ni siquiera es diputado y el debate político será todavía más pobre tras la desaparición de la izquierda alternativa en 2011.

La crisis política valenciana es estructural. A muchos políticos valencianos no les motiva la política valenciana más que como trampolín para obtener cargos en Madrid o como fuente de ingresos ("tengo que hacerme rico como sea"). En consonancia con ese desinterés, la sociedad valenciana no es consciente de las competencias y responsabilidades de la Generalitat. De hecho, el President Camps es el único político autonómico conocido por la mayoría de ciudadanos.

Naturalmente, el desconocimiento popular de la realidad autonómica no es responsabilidad exclusiva de la clase política. Prueba de la apatía ciudadana es que el índice de lectura de prensa en la Comunidad Valenciana es uno de los más bajos de España, país que la UNESCO considera subdesarrollado en este aspecto.

La Comunidad Valenciana 'oficial' tiene una historia y una lengua propias y representa aproximadamente el 10% de la población y la economía españolas. Cuenta con todos los ingredientes para ser una región europea puntera. Sin embargo, la Comunidad Valenciana 'real' presenta profundas divisiones lingüístico-culturales entre la costa y el interior y, sobre todo, político-identitarias entre sus tres provincias.

En estas circunstancias, cabe preguntarse si existe una verdadera y única comunidad política valenciana. Es más, si el calificativo 'comunidad histórica', justificado por nuestro pasado, se ajusta a la Comunidad Valenciana actual. Teniendo en cuenta su escasa repercusión social, el nuevo Estatuto de Autonomía no es más que un espejismo. Su aprobación y desarrollo no importan lo más mínimo a la inmensa mayoría de los ciudadanos, que desconoce incluso las novedades más significativas. Todo por el pueblo pero sin el pueblo.

Mientras la crisis económica pone en aprietos a casi todos los partidos de gobierno, el Partido Popular de la Comunidad Valenciana (PPCV) está llamado a gobernar la Generalitat al menos una década más. La crisis, el paro, la deuda y las imputaciones de corrupción al más alto nivel no parecen tener repercusión alguna en un partido que se considera absuelto por aclamación electoral. Y es que el PPCV le ha tomado el pulso a la sociedad valenciana 'real', esa sociedad de intereses múltiples que nunca ha seguido el guión del nacionalismo.

El PPCV ha armado un potente discurso basado en los grandes eventos y en el victimismo. Los grandes eventos y las obras faraónicas sirven para justificar los gastos del autogobierno y para ganar aceptación entre una ciudadanía que no se pregunta por los costes económicos ni medioambientales.

El victimismo ante Cataluña siempre ha sido un eje argumentativo útil para cohesionar a los votantes del área metropolitana de Valencia, la zona más poblada de la Comunidad. Parcialmente desactivado el conflicto lingüístico por su vacuidad y por el cambio generacional, la victoria socialista de 2004 propició al Consell un nuevo villano, esta vez válido para todo el territorio. La batalla del agua es el mejor ejemplo de una estrategia propagandística donde lo que menos importa es el problema en sí.

Con el control absoluto de las instituciones y de la televisión autonómica, el PPCV ha logrado una cohesión superficial pero suficiente para llenar las urnas de gaviotas elección tras elección. En estas circunstancias, los partidos de la oposición tienen una misión casi imposible, independientemente de sus abundantes errores y carencias. El cambio tardará mucho en fraguar y no consistirá única ni necesariamente en un Consell socialista; hará falta una nueva generación de políticos conservadores más honestos y cosmopolitas que hagan del PPCV un partido más preocupado por la gestión pública y menos obsesionado con las elecciones.